El certamen Miss Universo tiene 73 años de historia y un origen casi mítico: nació porque una reina se negó a posar en traje de baño. En 1952, las reglas eran rígidas y los valores, otros. Solo podían competir mujeres solteras, de 17 a 24 años, y el ideal de belleza dictaba peso, medidas y apariencia. Nada que ver con la conversación que hoy domina en Cuernavaca, Morelos, donde la diversidad y la inclusión ya no son moda, sino exigencia social.
El punto de quiebre llegó cuando el certamen comenzó a sentir la presión global: críticas, debates y una sociedad que exigía autenticidad. Miss Universo entendió que, si no evolucionaba, quedaría como un adorno viejo en el escaparate.
Para 2024, las restricciones cayeron: ya no es requisito ser soltera, ni cumplir un “peso ideal”. También desaparecieron la capa, el cetro, el juramento solemne y los abrigos de piel. Cambió la forma, y más importante: cambió el fondo.
Hoy, Miss Universo se adapta a las nuevas sensibilidades, impulsando narrativas de empoderamiento femenino, representación y diversidad. La industria rosa sigue brillando, sí, pero ahora lo hace de una manera que conecta con mujeres de todas partes —incluidas las de Cuernavaca, Morelos— que buscan verse reflejadas en un escenario mundial donde la tradición ya no limita… sino que se transforma.








