La Antigua Basílica de Guadalupe ha vivido un drama geológico digno de novela chilanga. Construida sobre lo que alguna vez fue un lago, su subsuelo de arcilla blanda se compacta cada vez que la ciudad extrae agua del subsuelo… y eso pasa mucho. Resultado: el templo se hunde de forma dispareja, se agrieta y se vuelve inseguro.
El problema fue tan serio que tuvo que cerrarse y, para seguir recibiendo a millones de peregrinos, se construyó la Nueva Basílica. Aun así, la antigua no se abandona: ha sido levantada con gatos hidráulicos y constantemente recibe cuidados para mantenerse estable y abierta al público, ahora como el Templo Expiatorio a Cristo Rey.
Aunque sigue en pie, el hundimiento continúa y su conservación es un reto permanente.