La noche del 24 de diciembre guarda un brillo especial, uno que no solo nace de las luces navideñas, sino de una tradición que ha cruzado siglos: la Misa de Gallo. Este rito, sencillo y solemne, reúne a miles de familias que buscan recibir la Navidad con un momento de reflexión y fe.
La ceremonia se celebra en honor a Jesús, a quien la tradición cristiana reconoce como el salvador del mundo. Su horario no es casual: ocurre justo al caer la medianoche, cuando el silencio de la noche parece abrir espacio para lo sagrado.
El origen de su nombre es tan poético como simbólico. En diversas culturas, el gallo es visto como el anunciador del amanecer, el encargado de proclamar que un nuevo día comienza. Se dice, incluso, que fue el primer testigo del nacimiento de Jesucristo.
Históricamente, fue el Papa Sixto III —en el siglo V— quien estableció la costumbre de celebrar esta eucaristía ad galli cantus, expresión que significa “al canto del gallo”. Desde entonces, la tradición se ha mantenido viva, pasando de generación en generación como un recordatorio de esperanza, renovación y fe compartida.
Hoy, la Misa de Gallo sigue siendo una cita entrañable que une a comunidades enteras en una misma voz: la bienvenida al nacimiento de Jesús.