Todo arranca con el clásico canto para pedir posada, velitas en mano y el ambiente llenándose de tradición. Luego viene la estrella de la noche: la piñata de siete picos, que al romperse reparte dulces, fruta y mucha alegría.
La comida… uff, la comida. Hay ponche calientito con caña y guayaba, tamales de todos los sabores, buñuelos crujientes y, según la región, hasta pozole o un buen atole para cerrar con broche de oro.
Entre villancicos, música y convivencia, las posadas siguen siendo ese espacio donde la Navidad se siente de verdad. Una mezcla perfecta de tradición, sabor y unión familiar.
El ponche: la bebida navideña que viajó medio mundo








