En muchos rincones de México, especialmente en comunidades rurales, las cabañuelas siguen vivitas y coleando como una brújula ancestral del clima. Este método —pasado de generación en generación— se basa en observar cuidadosamente los primeros 12 días de enero, interpretando cada uno como un adelanto del clima de los 12 meses del año.

Aunque su origen se mezcla entre culturas, su raíz parece brotar de dos caminos: – La tradición prehispánica, donde astrónomos aztecas y mayas registraban cambios atmosféricos día por día para anticipar lluvias, sequías y temporadas de siembra. – La Fiesta de los Tabernáculos, una celebración judía que incluía rituales para prever el clima, costumbre que viajaría hasta España y de ahí a América.

El principio es sencillo y a la vez poético: lo que ocurre en el cielo el 4 de enero funciona como señal del clima de abril. Así, cada día se convierte en un pequeño oráculo meteorológico que toma en cuenta no solo la lluvia o el sol, sino también el viento, la temperatura y la apariencia del cielo.

Durante siglos, estas observaciones ayudaron a planificar cosechas, prevenir inundaciones y prepararse ante sequías. Hoy, aunque convivimos con modelos meteorológicos avanzados, las cabañuelas siguen siendo un recordatorio hermoso de cómo nuestros pueblos aprendieron a escuchar a la naturaleza con paciencia y respeto.