El Jardín Juárez de Cuernavaca es uno de esos rincones que parecen suspender el tiempo. Levantado en 1866, conserva su emblemático kiosco histórico, que —según cuentan los Guayabos— llegó pieza por pieza gracias al esfuerzo de mulas y un transportista español. En sus primeros años, este espacio fue escenario de obras teatrales cuya taquilla financió las bancas y el embellecimiento del lugar. Hoy, el jardín vibra con conciertos, danzones y el ir y venir de comercios que refrescan a locales y turistas por igual.
A unos pasos está la Plaza de Armas de Cuernavaca, fundada en 1525 sobre un antiguo templo indígena. Fue testigo de la llegada de Hernán Cortés y resguarda el Palacio de Gobierno (Casa Morelos), uno de los edificios más representativos del estado. Cada domingo, la música de banda acompaña a familias, vendedores de elotes, niños corriendo y burbujas que flotan sobre siglos de historia.
Dos espacios, dos almas: uno nacido del arte y la convivencia; otro, del poder y la memoria. Juntos forman un retrato vivo del centro histórico de Cuernavaca, un destino imperdible para quienes buscan cultura, tradición y una caminata con sabor a México.
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