Los aztecas creían que las almas emprendían un viaje largo y arduo tras la muerte, y la ofrenda prehispánica o tlamanalli era su guía y compañía.

En el altar no podían faltar elementos simbólicos:

Cempasúchil: su aroma y color atraen a los difuntos.

Copal: guía a las almas y purifica el camino.

Petate: recordatorio de la vida y su fugacidad.

Sal: purifica el alma antes de su llegada.

Agua: hidrata y refleja la identidad de los viajeros.

Cada elemento tenía un propósito, conectando a los vivos con los muertos y con los dioses. Preparar una ofrenda hoy es más que tradición: es un homenaje vivo a nuestra historia y raíces.

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