Cada prenda, color y material tenía un significado simbólico ligado a las energías que cada persona portaba. El atuendo revelaba el estatus social, la función dentro de la comunidad, el linaje y la relación con los dioses.
Los pueblos originarios elaboraban sus vestimentas con fibras naturales como algodón, henequén y maguey, teñidas con pigmentos vegetales y minerales que representaban elementos sagrados: el rojo para la vida y la sangre, el azul para el cielo y lo divino, el blanco para la pureza y el negro para el misterio y la fertilidad.
Además de su valor estético, las prendas se consideraban protectoras de la energía espiritual. Los bordados, tocados, collares y penachos no eran adornos simples: eran amuletos, insignias de poder o símbolos de conexión con el cosmos. En ese sentido, vestir era un acto ritual y consciente, una forma de expresar el alma y de mantener viva la relación entre el ser humano, la naturaleza y lo sagrado.
Así, la vestimenta prehispánica sigue siendo un testimonio vivo de nuestra historia, identidad y espiritualidad ancestral.
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