Este clásico del Día de Muertos endulza las ofrendas y las cocinas con su irresistible aroma a piloncillo, canela y naranja. Cada región tiene su toque especial: algunos le agregan guayaba, caña o clavo, otros la prefieren con su jarabe espeso o más sequita.
Su nombre viene de los viejos “tachos”, esos calderos de cobre donde se hacía el piloncillo. Ahí se cocinaban las calabazas con la melaza sobrante, y de esa deliciosa mezcla nació este postre que hoy sigue siendo un apapacho al alma.
Ya sea para acompañar el café, el atole o incluso con un chorrito de leche, la calabaza en tacha sigue siendo la reina de las mesas otoñales mexicanas.
Calaverita de azúcar: una dulce tradición en las ofrendas de Día de Muertos