Cuando somos rechazados, nuestro cuerpo activa un “entumecimiento” temporal que nos hace menos empáticos y más agresivos. Además, afecta nuestro autocontrol y resultados, y quienes vivieron rechazo en la infancia pueden volverse más sensibles al dolor.
Pero hay buenas noticias: podemos revertir sus efectos. Dar tiempo al cuerpo, buscar conexión real, evitar comparaciones digitales y reformular el mensaje interno son claves para no quedarnos atrapados en el dolor. Como dice Baumeister: “Ser rechazado no te define. Lo que te define es lo que haces después”.
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