Su fachada brilla con un estilo art nouveau lleno de detalles elegantes y curvas, mientras que su interior sorprende con el art déco, moderno y geométrico. Una mezcla que, aunque suene rara en papel, en vivo es simplemente impresionante.

Este contraste refleja los cambios de época que vivió su construcción: empezó en 1904 con un diseño europeo muy elegante, pero se terminó hasta 1934, cuando lo moderno ya estaba de moda. El resultado es un palacio que no encaja en una sola etiqueta y que justamente por eso se volvió único en el mundo.

Así que la próxima vez que lo veas, recuerda que el Palacio de Bellas Artes es un ejemplo de que los contrastes pueden crear auténticas joyas.

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