El mariachi es más que música: es la voz viva de México, un legado que atraviesa generaciones y fronteras. Nació en Jalisco, fruto del mestizaje cultural, y con el tiempo se convirtió en símbolo de identidad nacional. Sus instrumentos —del guitarrón a la trompeta— resuenan con la fuerza de la tierra mexicana, mientras sus letras narran historias de amor, fe, orgullo y tradición.

El traje de charro, elegante y majestuoso, terminó de darle al mariachi una imagen inolvidable, inmortalizada en el cine de la Época de Oro. Desde entonces, cuando llega un mariachi, no es solo música: es una declaración de fiesta, de unidad, de raíces que nos recuerdan de dónde venimos.

Este género ha sabido adaptarse sin perder su esencia, integrando rancheras, boleros e incluso ritmos modernos, pero siempre conservando su corazón mexicano. Hoy, el mariachi no solo se escucha en plazas y serenatas: es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, un honor que reconoce su grandeza y lo coloca como embajador eterno de México ante el mundo.

El mariachi es herencia, orgullo y celebración.

El chicano canadiense bailando con mariachis