El tradicional pan que hoy disfrutamos en las celebraciones por el Día de Muertos tiene raíces profundas en la historia de México. Sus orígenes se remontan a los antiguos sacrificios prehispánicos, donde se ofrecían alimentos a los dioses para honrar a los muertos y pedir protección. Con la llegada de los españoles, estas tradiciones se mezclaron con el pan europeo, dando como resultado la deliciosa pieza que conocemos hoy, con su forma redonda y los característicos “huesitos” que simbolizan el ciclo de la vida y la muerte.
Cada bocado de pan de muerto es, por tanto, un pedacito de historia que conecta lo ancestral con lo cotidiano. En cada mesa, en cada ofrenda, se celebra la memoria de quienes ya no están y se mantiene viva una tradición llena de sabor y significado.
Xoloitzcuintle: el guardián fiel de los difuntos