Sí, así como lo lees. En estados como Michoacán, Oaxaca o Puebla, las familias esperan ese tiempo para incluir al difunto en el altar del Día de Muertos. No es por olvido, si no por respeto: se cree que el alma necesita un periodo para adaptarse a su nueva existencia y encontrar su lugar en el Mictlán —el inframundo mexica— antes de regresar a casa.
Por ejemplo, en Pátzcuaro (Michoacán) y Xoxocotlán (Oaxaca), el primer año se dedica al duelo y al acompañamiento espiritual del alma. En Huaquechula (Puebla), ese aniversario se honra con las famosas ofrendas monumentales, enormes altares que celebran el paso del difunto a otra dimensión.
Esta espera representa amor y paciencia: una manera de dejar que el alma complete su camino antes de ser recibida de nuevo con flores, velas y pan de muerto.
Mantener viva esta tradición es recordar que en México la muerte no asusta: enseña. Porque cada altar es una promesa de memoria, un “hasta luego” lleno de color, aroma y vida.
Orígenes de Halloween: de ritual celta a fiesta de disfraces