Un seguimiento a casi 3 mil adultos mayores en la Universidad de Manchester durante más de tres décadas reveló que retrasar el desayuno y la cena no es un simple cambio de rutina: podría estar ligado a una menor esperanza de vida.

Quienes aplazaron el desayuno presentaban más fatiga, depresión, problemas de salud bucal y enfermedades crónicas, lo que convierte al horario de la primera comida en un posible marcador de salud.

Además, se identificaron dos patrones claros: los que mantienen comidas tempranas y los que retrasan progresivamente sus horarios. Diez años después, la supervivencia era mayor en el grupo temprano (89,5 %) frente al tardío (86,7 %). El desayuno resultó ser el factor más determinante.

Aunque no implica que desayunar tarde cause directamente enfermedades, sí refleja posibles desajustes físicos o emocionales. Mantener horarios regulares y adelantados podría ser clave para un envejecimiento saludable.

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