¿Y si la muerte fuera sólo otro viaje? Las almas eternas de nuestros ancestros
¿Sabías que los antiguos mexicanos creían que el alma se dividía en tres partes… y una de ellas se podía quedar vagando como fantasma? Conoce la historia ancestral que perdura en México.
Los pueblos mesoamericanos y el México antigüo se preguntaban por el misterio de la vida y la muerte. Para ellos, morir no era desaparecer: el cuerpo se dispersaba y sus almas tomaban caminos distintos, según su destino.
Al morir, el teyolía—el alma del corazón—viajaba al Mictlán, al Cielo del Sol o al Tlalocan, según cómo hubiese muerto la persona. El tonalli, fuerza solar y guía del destino, se guardaba entre cenizas y mechones de cabello. Y el ihíyotl, que habitaba el hígado, podía quedarse rondando la Tierra…
Si eras guerrero, mujer que falleció en su primer parto o sacrificado, alcanzabas el Sol. Los niños que morían antes del año llegaban a un árbol celestial con mamas en lugar de frutos.
Los funerales eran ceremonias cargadas de simbolismo. Gobernantes enterrados con joyas, ofrendas y maíz en la boca; incluso se sacrificaban sirvientes para acompañarlos. Sí, también se hacían sacrificios humanos: no por crueldad, si no como ofrenda a los dioses para mantener el equilibrio del universo.
Hoy, entender cómo nuestros ancestros veían la muerte nos invita a honrar la vida con más profundidad. Porque incluso en tiempos oscuros, su filosofía nos recuerda: todo es cíclico… y la luz siempre vuelve.
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