Las ofrendas de Día de Muertos son muy coloridas, pues el anaranjado del cempasúchil y la luz tenue de las velas crean una atmosfera muy acogedora. Aunque en algunos poblados de México se utiliza la nube, hay una flor que también esta dentro de estos alteres, pero que a menudo olvidamos: el terciopelo.
La Celosia argentea de variación cristata forma plumosa destaca por su intenso color entre morado y rojizo. Es originaria de regiones tropicales de África y Asia, pero llegó a México en la época colonial y se integró rápidamente a las tradiciones prehispánicas para honrar a los difuntos.
Introducción histórica de la flor de terciopelo en las ofrendas de Día de Muertos
El terciopelo fue traída por los españoles en el siglo XVI como planta ornamental. En Mesoamérica ya existían rituales florales para los muertos; por ejemplo, los mexicas usaban flores rojas en ceremonias dedicadas a los guerreros caídos. Al fusionarse con el culto católico de Todos los Santos, la flor de terciopelo se adoptó en el siglo XVIII en regiones como Puebla y Oaxaca.

Algunos documentos de conventos del siglo XIX registran su cultivo en huertos para adornar cruces y arcos en noviembre, y su popularidad creció en el siglo XX gracias a mercados ubicados en la Ciudad de México.
¿Cuál es el significado del terciopelo en las ofrendas?
Su color hace referencia a la sangre y pasión de la vida, recordando que la muerte es una continuación del ciclo vital. Su textura representa la suavidad del recuerdo y la calidez del reencuentro familiar, y en los altares se coloca en cruces, arcos y caminos de pétalos para guiar a las almas.
La durabilidad simboliza la permanencia del amor más allá de la muerte, pues resiste hasta 15 días sin agua. En comunidades mixtecas, se asocia con la diosa Xochiquetzal, protectora de las artes y la belleza efímera.
Los 7 niveles del altar para las ofrendas de Día de Muertos, el mapa espiritual del recuerdo









