Todo comenzó en la época colonial, cuando los pueblos originarios aprovecharon el Carnaval para hacer lo impensable: burlarse de los españoles.
Fue a través de disfraces exagerados, máscaras con barbas prominentes y pasos brincados al ritmo de banda. Así nacieron los chinelos.
Su nombre viene del náhuatl zineloquie, que significa “disfrazado” y “el que danza”. Pero ojo, esto no es solo folclore: es resistencia pura, envuelta en terciopelo, lentejuelas y sátira.
El traje del chinelo es una obra artesanal: túnicas bordadas, sombreros altos llenos de espejos, plumas y lentejuelas… y claro, la máscara. Cada una refleja la personalidad de quien la porta. Caricaturesca, burlona, orgullosa.
Durante los días previos a la Cuaresma, en toda la Entidad Morelense, los chinelos son los reyes de la fiesta. Encabezan los desfiles, contagian alegría con sus brincos y hacen vibrar a locales y visitantes por igual.
Pero esta danza va más allá del show: une generaciones, fortalece comunidades y mantiene viva la esencia de un pueblo que no olvida su historia… ni su picardía.
Brincar como chinelo no es solo una tradición: es un acto de memoria.
Conoce a “Don Chucho"; chinelo de corazón desde hace 50 años







